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viernes, 14 de agosto de 2015

EL TURISMO DE LA CANTIDAD

Esta impresionante foto acompañaba un artículo recientemente publicado en un diario de tirada nacional, y me hizo retomar una vieja preocupación: “El desafío del turismo masivo”, que es el título de dicho artículo.


Contemplar ese “monstruo” de crucero atracando en un lugar tan sensible como Venecia me resultó espantoso (igual podría haber sido en determinados puertos de nuestra costa) y estimuló de nuevo mi reflexión al respecto de la masificación, de la sostenibilidad del turismo de masas. Esos desembarcos a modo de invasiones (aunque sean por unas horas) en entornos frágiles son un atentado fruto del economicismo más feroz y depredador. En algunas islas, como en las pequeñas del archipiélago de Hawai, se prohibieron.
Hasta los propios empresarios de Exceltur ya han manifestado públicamente que les preocupa el modelo de turismo de cantidad y cantidad: a mí también.
Cada vez que un político (no sé si responsable o irresponsablemente) anuncia, sobre todo en esta época del año, cifras récords de turistas, confieso que se me ponen los pelos como escarpias, aunque vaya contracorriente. Sin entrar en los factores exógenos que nos están beneficiando desde hace años (no todo es mérito nuestro), en referencia a la inestabilidad e inseguridad en países competidores, fundamentalmente, en el segmento del turismo de sol y playa, me pregunto por qué éste es prácticamente el único indicador que se utiliza para medir la bondad de la evolución del sector, atribuidas, por supuesto, a las políticas públicas (cuando los datos no son tan halagüeños ya se buscan otras explicaciones: la del enemigo exterior, con una alarmante falta de autocrítica y voluntad/capacidad de aprendizaje). En realidad la rentabilidad no está necesariamente unida a la cantidad, sino más bien a la calidad.
Como turistas somos todos, dicen algunos/as hasta con estudios en la materia (lo cual no dice mucho de dónde se estudió), parece sobreentenderse que cualquiera puede gestionar un destino turístico, como cualquiera puede hacer la alineación del equipo de fútbol de sus amores. Cómo hiere ese paralelismo cuando nos encontramos ante, quizás, el sector más complejo de gestionar, por la multitud de agentes (públicos y privados) que intervienen y la infinidad de interrelaciones que se dan entre ellos en esa tupida malla, amén de por su naturaleza (y competencia) global.
La realidad que un servidor observa es, en general:
-La de una gran falta de profesionalidad en la gestión de los destinos, en la que la implicación de los municipios es esencial (si es que la hay, porque aún muchos confunden gestión con mera promoción). Dicho de otra manera, el turismo, la principal industria nacional, sigue sin tomarse suficientemente en serio. Paradojas de nuestro país.
-Que el turismo masivo es como el "ying" y el "yang", con sus efectos positivos y negativos, aunque estos últimos deliberadamente tienden a dejarse en un segundo plano: me pregunto por la satisfacción que puede generar en el cliente el tener que hacer cola hasta para encontrar un hueco donde poner sombrilla y toalla playeras, que le cobren por estacionar su vehículo (si puede), pagar más por todo a cambio de un peor servicio, la pérdida de calidad de vida en la comunidad receptora de esas hordas ávidas de disfrute, tal y como cada cual lo entienda (el turista ha de ser educado para respetar, igual que el residente para acoger, y esto no se hace), el impacto sobre entornos naturales frágiles, sobre la conservación del patrimonio histórico-artístico…
-Que cualquier tipo de turista vale (que vengan cuantos más mejor), porque no se ha definido el modelo que se desea para el destino en cuestión en función de sus recursos y características, así como de las aspiraciones de sus gentes. O sea, que no suele haber planificación, que delimite, por ejemplo, capacidades de carga.
-Que caso de existir algún plan, no irá más allá de la próxima legislatura, sin reparar que la profundidad de los cambios producidos y de los que están por llegar exige poner la luz larga y prepararse pensando en los próximos lustros e incluso décadas. Por ejemplo, en los destinos de sol y playa, ¿se están preguntando siquiera sus autoridades los efectos que puede provocar el cambio climático, con un incremento del nivel de las aguas? Esto no se improvisa. O pensemos en aquellas playas que hay que regenerar artificialmente cada año con aportes de arena que cuestan lo suyo.
-Que seguimos anclados en el paradigma del siglo pasado, con la sostenibilidad como un mero adjetivo, no como un sustantivo. Los progresos son demasiado lentos para la exigencia de una población que busca algo diferente. Hemos de construir un turismo más solidario espacial y temporalmente.
-Prueba de ello es la extensión del modelo “todo incluido”. Sin perjuicio de que tiene su mercado, es palpable que resulta cuando menos socialmente insostenible: ¿cómo puede ser socialmente sostenible un modelo en el cuál los clientes no salen del hotel? Podría poner algún que otro ejemplo más.
Y el corolario final: si no alteramos esta situación, llegará un momento en que se nos vuelva, como un boomerang, en nuestra contra. Tomemos conciencia, por favor. Todo tiene sus límites: se puede morir de éxito.
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Publicado en Hosteltur el 13-8-15, y seleccionado como post destacado del día.

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